viernes, 22 de abril de 2011

Un soneto perfecto

Desde niña tuve al alcance de mis manos libros para ahuyentar el aburrimiento. Mi padre como socio del Club del Lector, llenó la casa de libros y encicplopedias. Uno de ellos (que aún conservo) intitulado "Los 25000 mejores versos de la Lengua Castellana" me enseñó a disfrutar de la poesía. Entre tantas obras de poetas a quienes admiro, este soneto en particular me conmueve. Su autoría no ha sido comprobada. Es la más sublime demostración de pureza e intensidad en la sensibilidad de la expresión poética de amor a Cristo crucificado que he visto.


No me mueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.

Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.

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